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  • laugargarella

LA AMABILIDAD DE LOS EXTRAÑOS O MIS EXTRAÑOS VINCULOS CON CHINA

Actualizado: 26 abr 2019


El 2 de Enero fue el segundo peor día del año (sí, se ve que mi exagerado entusiasmo de saltarle encima al 2019 no le cayó muy bien) Además del asunto en cuestión -que no viene al caso-, en mi edificio donde ya nos dejaron sin gas, se había ido la luz (besito a Edenor). Decido ir al gimnasio no sólo para sacudirme la extraña vibra pegada al cuerpo sino (casi principalmente) para poder bañarme. Mis zapatillas estaban rotas. Las dos. Se les despegó un poco la trompa y además cayeron en la bolsa de sábanas que llevé al lavadero. Siempre que las miro recuerdo qué poco deportista soy y que olvidé de comprar "la gotita" otra vez. Con la china del lavadero tengo una relación particular. Me estira toda la ropa pero igual la quiero. Le pone una garra tremenda y labura como nadie. Casi no habla español así que todo mi diálogo con ella se resume en: "hola", "cuánto es?", "podrá ser para mañana?" "no tengo cambio, perdón", "gracias", "adiós". Siempre que me ve llegar con mi bolsa de sábanas acumuladas me recibe con un "oooh, mucha lopa, mucha lopa" pero puede tener todo listo casi a la media hora. Hablamos eso que contaba y como no podemos entendernos más, nos sonreímos bastante. Sonríe ella, sonrío yo, y algunas veces para mi sorpresa, me recibe con un "hola amiga!!" increíblemente entusiasta. Esa tarde llegué con humor de "querido mundo, en la próxima me bajo". Salí apurada, creo que la saludé con todo el pelo en la cara y que la voz me salió por la espalda. Fui al gimnasio caminando rápido, deseando no cruzarme con nadie, hasta que por fin aterricé en el vestuario que me sirvió de trinchera. Y ahí ocurrió la maravilla: al sacar las zapatillas de la mochila, descubrí que no sólo estaban lavadas, impecables, sino perfectamente pegadas. Entonces pensé en mi china amiga. En su insistente forma de sonreír y de alegrarme el día...

II. Ayer estaba en un bar al que fui a escribir y encontré en la mesa de al lado a otra china. Esta vez una que hablaba inglés, aunque espié con fascinación los idiogramas en la pantalla de su Mac. Cuando llegó la hora de ordenar, la camarera me pidió con cara de susto si la ayudaba a traducirle el menú. Lo hice y me quedé hablando con la mujer. Quería saber qué hacía en este bar y en Argentina (deformación profesional y parte de la respuesta a la incansable pregunta "por qué escribís en bares y no en tu casa"?) Así me enteré que mi vecina de mesa también era escritora, que vivía en China pero estaba de vacaciones, que conocía a Borges y a García Márquez y que le gustaba la ensalada de salmón. Cuando iba a pagar, se dió cuenta de que había olvidado la billetera, así que me pidió si podía explicarle eso a la gente del bar. Que iba a su casa a buscarla y enseguida regresaba. Se lo expliqué a la camarera y le dejé a ella mis datos por si necesitase algo mientras anduviese por acá. Al rato volvió tal como prometió. Y no sólo abonó su ensalada; también dejó pago para mi otro café con chocolate. El gesto me pareció tan precioso, que no paré de sonreír toda la mañana.

Moralejita barata (y nota mental que me guardo): nunca subestimar un detalle. El más pequeño gesto para un@ puede ser la mejor parte del día para un extrañ@.


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