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  • laugargarella

LO QUE RATATOUILLE NOS DEJO


Esto pasó hace rato pero bien vale el cuento. 3/4 am. No puedo dormir. Voy hasta el comedor. Tampoco sé qué hacer en el sillón. Prendo la tele. Pienso si atacar o no el dulce de leche que asumo ahí, provocándome (los insomnios son golosos). Mejor no. De pronto.... un sonido impreciso pero cercano. Parecido a... ¿lluvia? No hay rastros de mal tiempo en el cielo, pero ni siquiera es sólo eso, es que... ¿lluvia adentro? Está lloviendo en mi casa? Mi comedor llueve? (porque se oye realmente a pasos) Enseguida descarto la hipótesis de realismo mágico pero también descarto muchas otras hipótesis. La falta de evidencia me avala (una manera elegante, lo sé, de negar, - vale la redundancia - mi propia negación). Resuelvo expeditivamente el asunto sacando mi propio DNU mental. Algo práctico. Es "lluvia" por decreto. Más bien "llovizna" (no, no hay indicios en la ventana ni en el techo pero no importa). Garúa. Sí, me digo: "está garuando. Volvamos a la cama." Cierro la puerta de la habitación dejando nulo derecho a réplica y chau picho (está claro que de ninguna de las otras hipótesis que sobrevolaron por un momento mi cabeza podía hacerme cargo a esas horas). Puede haber sido, como decía, negación (lo fue, ejem), pero a veces la negación es también un mecanismo de supervivencia necesario. Se hace de día. Amanezco fresca. Vuelvo al comedor y miro un rincón de la casa cuyo orden vengo pateando hace semanas: la biblioteca. Ordené mi cuarto, ordené comedor y cocina pero ese es el sector "complicado", la zona roja de mi casa, el que ya sé que demandará más tiempo, lleno de libros, cuadernos, guiones, apuntes, guiones, notitas, guiones. Lo sé como también sé que tengo que hacer espacio y (todavía) no lo hago. Me acerco ahí con la sola intención de tomar un pequeño adorno que también sé que le gustará a la camarera del bar donde voy siempre y pensaba regalarle. Al llegar ahí: la realidad se monta encima mío sin escapatoria al ver "eso". Eso que no voy a describir pero es un asco. Eso a lo que le saco una foto y en cuanto googleo y comparo imágines me confirma lo que no quiero: "souvenires" (digámoslo así) de rata. Pero eso no puede ser porque vivo en un octavo piso y la ventana siempre está cerrada... Está cerrada, no? Obvio. Me fijo para darme razón: ah... Uh. Quedó un pedacito abierto después de esa noche de calor sofocante. Una pequeña abertura que tiene justo la medida reglamentaria para el paso de... claro, roedores. Ahí veo la otra prueba incriminatoria: destrozada, la almohadilla de semillas que uso para meditar. Semillas sembradas sobre los libros (crecerán nuevas historias y autores? cuac). He ahí el sonido de falsa lluvia. Intento consolarme pensando que al menos se trataría de una "rata zen". Pero no. Se me hiela el cuerpo, la verdad. La sola idea de tener una rata/ratón de concubino/a me desespera. Me vuelvo una fundamentalista del Lysoform en cuestión de minutos y aprendo rápidamente de venenos y trampas. Soy la Yiya Murano de los roedores de Barrio Norte. Googleo tipos de cebo y me asesoro con el encargado, que deja una trampera en mi casa. Compro queso como para una picada de cuatro y la trampera, más que cazar al topo me caza a mí, que termino prisionera de esta criatura pequeña (atención: nunca subestimar el tamaño). Caigo en mi propia trampa. Duermo durante varias noches en casas ajenas y cada vez que vuelvo a la mía abro la puerta con terror. No sé qué me da más pavor, si encontrar la trampera vacía ó con la amenaza gris ahí, agonizando (tiene voz? chilla?). La imagino mirándome con una mezcla de rabia y dolor. Muriéndose delante mío ó queriendo atacarme. Y qué se hace? Cómo se es verduga en esos casos? Quién va a sacarla de ahí? Todas estas cuestiones no me las advirtió el encargado y ya sé que seré incapaz. Acá entra en escena, al fin, un personaje fundamental: mi amigoFacu Martinez que apenas lo llamo pidiendo auxilio, sin preguntar demasiado me dice "voy para allá. No te preocupes. No toques nada". Esas tres frases me salvan la tarde (y toda esa semana). Facu llega como una remake de "Cazafantasmas". Es Mac Gyver. Míster Músculo. Superman. He-Man. Todos juntos. Y sí, me ato los cordones sin ayuda desde los 3 años pero no soy capaz de abrir un placard ó meter bien a fondo la mano en un cajón pensando que de ahí puede saltar "ella" ( ó él. Le rate). Mucho menos después de que el encargado me contara cómo tuvo que luchar con una hace poco, en el quinto piso, que le tiraba tarascones (una especie de rata-rotweiller? No sé, pero lo contó así, muy convencido. Dijo que la rata más ó menos lo pecheaba y agrandó mi trauma)... Facu es capítulo aparte. Es todo lo que una quiere tener como amigo. No sólo llega con buen humor y se anima a revisar hasta el lugar más recóndito de la casa (donde jamás osaría asomarme). También me ayuda a lo que tanto vengo demorando: la limpieza radical de esa biblioteca. En cuestión de segundos, tengo una sucursal de Marie Kondo instalada en el comedor, que vino por todo: "esto lo vas a volver a leer?" (yo) "no". "entonces chau". "¿Este otro?". "Tampoco". "Adiós"... Así, en un par de horas tenemos 7 bolsas de consorcio estacionadas en el pasillo, mezcladas con una nube de Lysoform que hace que mi casa parezca Chernobyl, pero desinfectada. ¿Qué hacer con todos esos libros? Una amiga sugiere venderlos y hacer unos pesos pero me opongo. Propongo que sean todos liberados en la calle y suelto al universo el deseo de que los encuentre quien los necesite y vaya a disfrutarlos como yo. Post allanamiento y limpieza, el tribunal supremo presidido por Facu sentencia categórico: la rata no está más. Por donde entró, salió. Después de días de vivir como rehén en mi propia casa me entero de que tengo el enemigo fuera. Soy ese oriental que quedó colgado de un árbol por años, en la selva, sin saber que había terminado la guerra... Pero todavía falta lo mejor. Al día siguiente, por facebook, recibo una notificación de una desconocida, una tal " Sol", Sol Mazur. El mensaje de la chica, a quien no tengo entre mis "amigues" dice básicamente: "vos sos la que dejó un montón de libros ahí por la calle X?". "Sí", le respondo sin saber en qué podía terminar su inquietud, a lo que ella contesta: "quiero decirte que me hiciste la persona más feliz del mundo. Siempre soñé que me pase eso y justo acababa de pasar por una librería y antes de salir pensé 'me llevaría todo...' Al ver eso empecé a saltar como loca en la calle gritando 'qué feliz soy'. Los chicos de la cervecería de enfrente me dieron cajas de cartón y me llevé todo". No sólo eso. Sol resultó además, ser productora de cine y una persona divina. Sí... parece inverosímil pero toda la anécdota podría ser una película en sí misma, o al menos el inicio (aunque sería demasiada coincidencia en un guión real). De hecho, me cuenta que estaba con su hermana y al ver los libros tirados fueron a buscar una cámara para hacer un improvisado registro en el que se preguntaban quién habría dejado todo eso ahí, si sería hombre o mujer y por qué... Y remata la anécdota contándome que ese regalo del cielo le cayó en un momento particular, "justo a tiempo". En ese entonces agradecí que la rata se hubiese ido por motu propio sin tener que hacer yo el trabajo sucio. Y terminé agradeciendo, también, lo que su breve estadía me trajo. Una amiga nueva, la confirmación de algo que ya sabía: que Facu es mi amigo-Batman (o Batman mi amigo Facu) y una biblioteca que la propia autora de "La magia del orden" aplaudiría orgullosa... Y también, más allá de eso, el ejercicio de soltar, de desprenderse, el desapego, que también es el ejercicio de "confiar" en que algo (bueno) viene. Todo eso me hace pensar, una vez más, en cómo cambia una película en la edición final, dependiendo dónde la cortes. En que nunca se sabe si el lamento de hoy no terminará siendo ese alivio ó la alegría de mañana. O si, como diría otra querida amiga, Cecilia Marina Molina hasta la peor "catástrofe" no traerá al final del día (ó unas escenas más tarde) una bendición escondida.

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