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  • laugargarella

"LOS QUE AL PERDER GANAN"

Actualizado: 8 may 2019

Del abuelo Vincenzo se sabe muy poco. De hecho, hace unos días le pedí a una prima de Italia si podía averiguarme su fecha de nacimiento. Me gusta meterme a ver cartas natales, tratando de reconstruir algo. De acercarme un poquito a tanto que no vi de mis abuelos (no conocí a ninguno de los cuatro) Ella me mandó la foto de su lápida y fui yo la que le di la noticia a papá de que su papá cumplía años un día después que él, algo que mi padre ignoraba. Le dije: "fuiste un regalo de cumpleaños para tu papá". El se rió, sorprendido y contento al otro lado del teléfono, sonrió como de 11 años, pero a mí me dejó pensando... ¿No festejaba esa fecha? ¿No celebraban nada? ¿Cómo él no tenía esta información? Varias veces le pregunté sobre el abuelo. Apenas sé que lo ayudaba con los animales. Y que atravesaban juntos el campo en silencio, del mismo modo que papá y yo atravesábamos las calles temprano, cuando yo trabajaba en su fábrica, todo el viaje callados arriba del Falcon. Me cuenta una de mis primas mellizas (que precisamente se llama Vincenza), que la última vez que papá iba a viajar a verlo, el abuelo estaba muy débil, y que él mismo se llevó al hospital "a que le den vitaminas", quería ponerse más fuerte para recibir a su hijo. Pero no pudo esperarlo. Cuentan que lo último que hizo antes de irse fue llamar a las mellizas y regalarles una banana que él había dejado. Me cuenta eso y sonrío, porque siempre que terminamos de comer, cuando estoy en su casa, papá agarra una banana, se corta apenas un cachito y me da a mi el resto. Y cada vez que me voy, mientras junto mis cosas, me va llenando la cartera de otras, me mete de contrabando peras, manzanas, limones...

Ya tener una abuelo que haya nacido en el 1800 (1885 exactamente) para mi es como tener un abuelo nacido en Marte. No puedo siquiera imaginar esos años... son (me supongo) otro mundo. Otro planeta. Me imagino de pronto a mi abuelo resucitando hoy, perdido entre taxis, viendo a la gente andar por la calle vuelta zombie mirando aparatitos rectangulares, ¡hablando por esos aparatos!, conectada a pantallas en oficinas y cafeterías, tocando teclas como si fuesen pequeños pianos... ¿Cómo recibiría este mundo? 1800... me suena a la Edad de piedra. ¿Cómo le caería ver a su nieta tomando café sola en un bar, trabajando en uno de esos "pianos" sin música, usando plataformas y calzas, subiendo a aviones sin pedirle permiso a nadie?

Del abuelo Vincenzo se sabe poco, decía, pero dentro de eso poco que se sabe está lo que probablemente sea "LA anécdota familiar". Al menos para mí, de todas las historias de este árbol, "esa" fue siempre la más impactante; incluso más que el episodio trágico de su muerte (un burro lo tiró de una patada dentro de un pozo de agua) lo cual ya es decir bastante. La primera vez que la escuché me resultó demasiado. Creo que necesité dejarla ahí, "en pausa", del mismo modo que se deja el té enfríar, haciendo que el color del saquito se expanda y el humo se vaya calmando mientras un@ va haciendo otra cosa. La tuve que dejar ahí, en una taza de mi cabeza, imaginaria, porque no podía soportarla. Más tarde tímidamente regresé a verla. A ver si seguía ahí y si seguía siendo igual, si no había cambiado ningún detalle... Y nada. Ahí estaba; intacta. La misma anécdota. Con el color expandido de mi incredulidad... La historia es simple. Se cuenta en 3 líneas pero digerirla (al menos para mí) lleva mucho más. En Paglieta (Abruzzo, Italia) Vincenzo era "mediador". Una especie de rey Salomón que dirimía las pequeñas operaciones de compra-venta entre la gente del pueblo, en las ferias. Un chancho por quince docenas de huevos (invento) etc. Se ve que era un hombre ecuánime, con cierto don de gente y confiable. Dicen que podía medir a ojo el peso de un ternero (y sin errarle un gramo). Hasta ahí todo bien. Era muy bueno en su trabajo, la gente acudía a él porque tenía palabra y eso me encanta. El asunto es que un año decide venirse "a far l'América". Supongo que las cosas ya estarían poniéndose ásperas en Italia y "el Maná" se repartía por estas tierras. Viaja en barco a Estados Unidos y se queda a trabajar ahí por un año. ¡Un año lejos de su familia! Un año partiéndose el lomo para tener un resto una vez de vuelta en casa, que les diera cierta tranquilidad. Así como mi papá, Vincenzo era un laburante nato. El asunto es que (y esta es la parte donde alguien debió advertirme el uso de algún"cinturón de seguridad mental" para atenuar un poco el desenlace) apenas volvió, después de trabajar UN AÑO ENTERO, ni bien pone un pie en Italia, ahí nomás en el puerto de Napoli le roban TODO. Todo lo que con tanto sacrificio había logrado en 360 días, vía! Así, de un plumazo.

Cada vez que escuché esa anécdota tuve un rechazo visceral por ese final. Una reacción súbita, instantánea, de piel. Quería cambiarlo (deformación profesional) y creo que me resultaba más tolerable pensar que eso fue un cuento suyo, que en realidad se la había patinado toda en "Las Vegas", ó que nunca hizo ninguna guita y anduvo hippeando por California barrenando olas y probando rastas (aunque la mentira hubiese derrumbado esa nobleza del personaje)... Pero aún queriendo elegir una de esas hipótesis, no lograría creerlas. Finalmente era un hombre confiable, de palabra. La primera vez que me lo contaron, me era imposible ponerme en su situación. Yo que hoy casi desespero al ver que Visa me debitó 2 veces la cuota de AFIP ó que pataleo porque el auricular izquierdo no anda y escucho música de un solo lado, o que me parece casi una tragedia que no funcione el agua caliente en el gym al entrar en la ducha, y una tragedia M-u-n-d-i-a-l perder una página de guión que escribí porque no la tenía guardada ó que la cafetera del bar no esté funcionando a la mañana... Cuando escuché por primera vez esa historia intenté calzarme sus botas y bajar ahí, en ese puerto, dejarme robar los ahorros de todo un año de esfuerzo... y no pude. Me rebelaba. ¿Cómo alguien puede sobrevivir a semejante injusticia - pensaba siempre - cómo sobreponerse a esa frustración? Si alguien de la familia repetía el cuento al pasar, achinaba los ojos y pedía "por favor no me lo recuerdes. No me entra en la cabeza. No puedo entender cómo el abuelo pudo con eso. Yo me imagino tirándome al mar Tirreno directo en su lugar"! O eso creía... hasta hoy, que decidí escribir este post . Y de pronto me di cuenta que quizás no quiero escucharlo porque alguna vez desembarqué en ese puerto, porque alguien me tironeó la valija y se llevó todo lo que tenía y recuerdo bien qué se siente. Porque conozco el afano (me robaron entre otras cosas un guión hace poco, y yo no puedo hacer nada) sé del daño inmerecido, lo que es quedar "desnudo/a", perdida/o. Ser un sobreviviente. Pensar: "esto no se recupera más". Mirar la tierra arrasada, las manos vacías y convencerse: "de acá no se vuelve". Ahí es cuando miro al abuelo. Y pienso en algo que él no alcanzó a sospechar: en el peor momento de su vida, en su peor desgracia, al final nos dejó el mejor legado. La única anécdota que tenemos lo pinta entero. Y se me viene fuerte esa frase de: "l@s que al perder ganan". "Resilencia" dicen que se llama. Es la capacidad de empezar de cero después de romperse. Es eso que lo hizo volver a su pueblo, a mediar entre ovejas y cabras, a arriar el ganado entre el verde una vez más en vez de tirarse al mar. Y yo no sé a qué se habrá aferrado para seguir después de aquello. Ni sé si creía en algo. Pero sé que seguir, como sea, atándose a lo que fuere, fue un salto de fe invaluable. Como quien planta una semilla en el suelo quemado de Iroshima... Como diría papá "sempre avanti". Y todo eso me conmueve casi tanto como haberlo visto a él (a mi padre) a sus casi 90 años, subido a una escalerita medio enclenque en el cementerio ahí en su pueblo, para alcanzar las dos fotos que lo miraban desde un mismo cuadro, más jóvenes que él, acariciarlas con una florcita en la mano y besar cada una con un entrecortado: "chau mami", "chau papi".


Entonces también pienso que si me encontrara hoy al nonno en la calle, confundido en alguna avenida descifrando semáforos, aturdido por ringtones y luces de celulares, mirando raro mis calzas, mi maquillaje, le invitaría un café y le diría: "vos no tenés idea, abuelo. Ni sabías, pero justo ahí cuando perdiste todo y decidiste volver al pueblo, así de humillado como estarías, me estabas mandando un mensaje desde el pasado. Quizá era justo para este día. Y te escuché: confiá en la vida."


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