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  • laugargarella

MI RECUERDO DEL AÑO 82 MIDE MENOS DE UN METRO


Mi recuerdo del año 82 mide menos de un metro. A esa altura veía gente apurada y ansiosa. Sobre todo en casa. En mi recuerdo hay una nena que canta. Se llama Lucrecia y sale en la tele. Tengo grabada la música y el tono de su uni-tema como un tatoo sonoro: "hoy le escribí una carta, a mi querido hermano, le dije que lo extraño, y que lo quiero mucho... Mamá me ha contado que él es un buen soldado, que cuida las fronteras de mi patria". Odiaba a Lucrecia. O más bien, odiaba oír su tema. Lo oía y lloraba, porque jusssto ese mismísimo año a Jo, mi hermano mayor, le tocó hacer la colimba. Yo también era Lucrecia, sin pantalla. Pero a mi, mamá no me contaba nada. Mamá tomaba pastillas para calmarse. A veces, desafiaba a militares armados hasta los dientes que la apuntaban y se mandaba en medio de ellos como si fuese ciega y sorda. No le importaba nada. Decía que ella iba a ver a su hijo y punto. Mi recuerdo de ese año son esos viajes al Palomar (localidad que entonces veía por primera vez y que jamás volvería a pisar) con cajas de helados que papá arrojaba al otro lado de una reja como si fueran bochas, pero con más fuerza, tratando que lleguen lo más lejos posible, aunque nunca alcanzaban las carpas. Entonces gritábamos el nombre de mi hermano y de golpe salía una ola color verde oscuro y 100 caras hinchadas de hidratos a festejar el "maná". Tirábamos varias cajas. Sabíamos que serían para compartir. Y entre todas esas cabezas rapadas que corrían y gritaban a lo lejos cual club de fans, yo intentaba reconocer la de mi hermano. A veces te confundías. Decías "ahí, ahí está, el de la derecha..." "Ah, no, ése no es". Es que para mí, todos eran Jo. Todos parecían un mismo soldado. Quizás todos eran, de hecho, el mismo soldado. Un pibe inexperto de 18 años que nunca había visto un arma ni había encendido un pucho, que escuchaba a Sui Géneris ó a Spinetta, que recién se había enamorado... En esta misma época, para Pascua, junté todos mis ahorros y me fui a la panadería de Odi que quedaba al lado de casa, con el capital de monedas dentro de un cuenco que eran mis manos. Quería llevar al menos el huevo mediano pero sólo me alcanzó para el más chico. Encima llegó roto. Lo había llevado hasta el Palomar con tanto cuidado... y apenas lo saco del bolsillo veo un rompecabezas de chocolate. Se lo di así, toda frustrada, a mi hermano.

Mi recuerdo es ir también por primera vez hasta la Rural. Movían a los conscriptos de un lado a otro, cual láser; los iban plantando en distintos lugares, como a fichitas de TEG. Y ahí detrás íbamos el resto de la familia, en el falcón blanco, con provisiones de manta y paté... La primera lata mi hermano la abrió durante una guardia, esas jornadas de frío en que los soldados juegan a ser estatuas. Tuvo que abandonarla un instante en el piso al oír los pasos de un cabo y se la terminó morfando un gato. Me acuerdo de eso y de sonreír como si todo estuviese bien. Queriendo desesperadamente que todo esté bien. Intuyendo, en el fondo, que nada lo estaba.

Bahía Blanca era mala palabra. "Que no lo trasladen a Bahía Blanca, que es un trampolín a Malvinas" oí decir una vez. No sé quién lo dijo pero es de esas frases que no se te olvidan más: "un trampolín a Malvinas". Yo no sabía dónde quedaba Bahía Blanca. Sólo sabía que pisar esa ciudad era como pisar la baldosa equivocada en la rayuela. Ahí perdías. Perdíamos todo. Perdíamos todos. Perdía mi hermano. Perdía-a mi hermano. "¿Por qué grita tanto mamá?". "Está nerviosa, entendé". Por esa época mamá estaba siempre nerviosa. Creo que todos lo estábamos, aunque la vida siguiera circulando con aparente normalidad. Bajando las escaleras del colegio camino al recreo, con toda la autoridad que mis 8 años habilitaban, conversaba de política con una compañera y decía lo evidente: que Videla tenía cara de bueno... Mi compañera pensaba igual (sí, la teníamos re clara).

Mi recuerdo del año 82 es el de esas certezas que aún no pueden nombrarse. Es respirar el terror sin saber que el terror era eso ni cómo se llama... Sólo entender que la guerra es una mamá siempre nerviosa, un papá fuerte que tira cajas, una nena rubia que canta en la tele una cosa espantosa, una baldosa floja que no hay que pisar ( Bahía Blanca ), la urgencia en decirse "te quiero" en ping-pones de cartas... Una familia que de un momento a otro podría quedar rota, como mi huevo de Pascua.

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