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  • laugargarella

SOBRE ELLA

El relato familiar siempre fue duro. Por la rama materna 6 hermanos viviendo en una casa minúscula, en medio del campo, en ese pueblo de la foto, Colmurano (Italia). Los animales en el piso de abajo para dar calor. El primer hijo de esa familia (llamado precisamente Primo) inteligentísimo, estudia a destajo (abogacía? letras? nadie supo confirmarme) decidido a sacar a los suyos de la pobreza. Pero llega la guerra y le cambian los libros por armas, obligándolo a ir al frente. La abuela María se enferma. Ella lo intuye todo: "mi hijo no vuelve" y cae en cama. Un día está tan grave que a él lo dejan ir a verla y ella renace como si nada: "a mí sólo me faltabas vos". Pero él vuelve a la batalla y ella también, a la propia, contra esa ausencia... Y pierde. Al poco tiempo parte él también. Los entierran juntos. Por ese entonces mamá tiene 7 años y olvida todos los recuerdos. Lo único que alcanza a contarme de su madre es que le peinaba el pelo largo y lacio... "como el mío", pienso. Quiero buscar más coincidencias ó sólo saber cómo era, pero no hay información. Mamá tiene un blanco que en realidad es un agujero negro, bastante hondo. Se me clavan esas palabras en la cabeza: guerra, muerte, pobreza, orfandad. Me las sacudo porque así, todas juntas, pesan demasiado (pero ahí quedan). Por alguna razón que desconozco me entra una tremenda curiosidad por esa abuela. Siento que la sé, que no sé cómo pero la entiendo. Mamá no. Se queja de que se haya dejado ir quedando cinco hijos más. Y yo pienso: "no, no fue así. No los abandonó. Ella quiso seguir... pero no pudo". Estoy convencida de eso. Para la misma época, veo mariposas por todas partes. Sonará a tontería pero es cierto y bastante extraño. Es como si las mariposas se hubiesen obsesionado en seguirme. Me cuesta decirlo así pero literalmente por donde miro encuentro una referencia (y me pasa también ahora mismo mientras escribo, al girarme hacia la ventana). Tanto, que empiezo a investigar qué simbolizan. Leo cosas sobre la muerte y la resurrección. Mmmm psé... (no me convence). Todo muy rico pero no me resuena, siento que no es eso... Es otra cosa que aún no entiendo (parecerá una locura pero a veces tengo intuiciones que no sé explicar). La tía Nice era apenas más grande que mamá cuando la abuela se fue. Tampoco tiene grandes recuerdos pero pienso que alguna pieza más al rompecabezas podría aportar. Me dice entonces que la abuela era dulce, amable, linda pero de una belleza gastada por esa vida rústica del campo. Cuenta que la querían en el pueblo y que jamás los retaba. Que una noche, con el único huevo que había, inventó una pequeña torta para celebrar algo. Ella que era tan suave esa vez lo trajo al abuelo de las pestañas del bar donde estaba: "tus hijos están esperándote en casa, venís vos ó te los traigo acá?". Y casi como al pasar, la tía remata: "... y criaba gusanos de seda..." A mí me recorre un escalofrío, la emoción de un eureka. "Ahí está". Pienso y elijo creer. Tengo esa certeza de que el significado que tanto buscaba era ella. Entonces le hablo y la siento como si la conociera. Al llegar a Colmurano la última vez, lo primero que hago es ir al cementerio. Antes paso por una florería para comprarle una rosa igual a la que acabo de dejarle a mi otra abuela en Paglieta. Cuando estoy por pagar, miro a un costado y veo uno de esos palitos largos que se ponen en las macetas, con una mariposa de tela. Expuesto ahí solo, como esperando. Y claro, es evidente dónde va a parar...

El cielo de esa mañana en Colmurano es el más brillante que vi en todos mis años. Hay un pequeño, extraño retazo de arco iris junto a una sola nube que parece estar saludando y a un sol radiante. No creo para nada que los que se van estén en los cementerios (de ser así me la hubiesen puesto realmente difícil, además, siendo en Italia) pero ir a verla y dejarle la flor es un lindo ritual. Tiempo después de que tía Nice me cuenta eso, se enferma. Una tarde la voy a visitar al hospital. Mamá, que prácticamente se instala ahí, no da más. La veo que no se mantiene parada. Está esperando para irse a mi primo Claudio. La mando a su casa, yo me quedo con mi tía y mi teléfono sin batería. Presiento que a la tía no la voy a ver más. Claudio tarda y entonces me voy quedando horas, hasta que se hace de noche. Eso nos da tiempo a despedirnos solapadamente. A hablar de todo. En la tele, que hay que mantener activa con cospeles, está puesta la Rai. Por momentos la tía me dice cosas que hacen que tenga que quedarme mirando fijo al presentador de gesto ampuloso y cama solar como si me importase, para que no se de cuenta que estoy a punto de llorar. Aguanto concentrándome en ese color zanahoria del tano, que demora el suspenso de cuánta guita ganó ó perdió un participante. Hago que presto atención. Pienso también que esa es la última oportunidad de saber algo más de mi abuela. Entonces fuerzo un poco la memoria de mi tía; intento que recuerde una anécdota, algún detalle... Unos años antes, un pariente había contado sobre mi abuelo José, que era uno de los pocos letrados del pueblo junto al cura y al maestro, que seguía de cerca las elecciones y se pasaba noches hablando de política debajo de una ventana. Y fue maravilloso saberlo para entender de dónde les vendría esa pasión (que mis padres no tienen) por la política a mis hermanos. Cuando escuché eso los llamé para que presencien el relato, fascinada con el descubrimiento de eso intangible que viaja en un adn (yo me había quedado afuera de la cadena...) Mi primo Claudio tarda en llegar. En realidad no va a venir nunca. Me lo está avisando por mensaje de texto pero yo no lo sé porque me quedé sin teléfono. Y ahí se produce un desbarajuste mágico. A raíz de eso, no sólo aprovecho a decirle a mi tía lo mucho que la amo, ya antes de irme, en el umbral de la medianoche y la puerta, aunque se me caigan las lágrimas. La tía Nice me hace el mejor regalo... Mira a una esquina del techo como buceando en la memoria, volviendo por un instante a ese pueblo, a esa casa. Y desde sus 14 años sonríe, así, de la nada: "si algo le admiraba yo a mamá - cuenta aún mirando otra escena - era cómo bailaba. Me acuerdo una noche, no sé qué se celebraba pero había fiesta. Alguien tocaba el acordeón. Y ella se movía como una sirena, daba vueltas... No bailaba con papá. Era con otro hombre ó sola, no sé. Pero parecía que volaba..." (ehh?? Le encantaba bailar como a mi?!) En ese mismo momento, la cajita mental donde tengo atrapado el cuento triste de ese relato oficial estalla. Y salta una pirotecnia de palabras: muerte, añoranza, pobreza, partidas por un haz de luz que acaba de entrar como un rayo. Y por fin se me afloja algo el pecho al pensar en ella. El plexo se vuelve ese cielo de Colmurano... En medio de tanta desolación, de pérdidas, de la guerra, no sólo regó la tierra de mariposas... Al dolor le bailó en su propia cara. Y siento alivio porque ahora sé, que probó ser feliz un instante. Que al menos por una noche, una vez, esa mujer que era mi abuela, María Pisani, supo volar también.

(Cada 11 de Marzo cumpliría muchísimos años. Casi tantos como los que hace que, sin conocerla, la extraño... Sí, aunque eso resulte improbable)

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